En lo personal, mi experiencia con las obras de Ray Douglas Bradbury se limitaba a algún cuento suelto leído en una de tantas antologías de historias de ciencia ficción.
Hace poco menos de un mes, mientras buscaba en un mercado de pulgas, me encontré con un librito del mencionado autor; Fahrenheit 451.
Algunos días después inicie la lectura de esta historia, indagando un poco descubrí que junto con Isaac Asimov este autor norteamericano fallecido en 2012 a los 91 años de edad formó parte de una generación de escritores que dieron un gran impulso al género de la ciencia ficción, esta corriente tuvo, hasta antes de 1930 como sus principales exponentes a los cineastas Fritz Lang de origen alemán y al francés Georges Méliés con cintas tan notables como Metrópolis y De la tierra a la luna respectivamente.
Por entonces Ray Bradbury era un niño, es probable que el cine de esa época lo haya influenciado profundamente dado que la distópia que utiliza como herramienta para situar a los personajes de sus relatos es evidente en las películas antes mencionadas.
La sensación de no encajar en una sociedad que se percibe como un conjunto de normas e individuos “insufribles” es una constante de esta historia en la que su protagonista: Guy Montag trabaja para el cuerpo de bomberos en una metrópoli norteamericana. Todo podría parecer normal hasta aquí, la genial extrañeza del autor radica en el siguiente hecho; contrario a la natural costumbre que tenemos de concebir a los bomberos como combatientes de los incendios Bradbury coloca a los cuerpos de bomberos como encargados (por orden del estado) de provocar incendios para arrasar las viviendas en las que todavía se encuentran algunos de los pocos libros que han sobrevivido después de que muchos años antes el gobierno los prohibiera y declarara un crimen con carácter de traición a la patria el poseerlos.
Así pues Guy Montag y sus conciudadanos viven en un país en el que está prohibido leer, por lo tanto, la libertad, el razonamiento, la crítica y las ideas se suprimen para dar paso a una sociedad consumista, metalizada y adormecida por los medios de comunicación y el abuso de los somníferos.
Resulta complejo aseverar si en la actualidad Ray Bradbury se sorprendería al ver que solo 2 generaciones después de la publicación de este libro muchas de las ficciones de su obra son un hecho real, tangible y cotidiano, pero la ciencia ficción es así, en general tiene la fea costumbre de convertirse en realidad.
Si revisamos detenidamente los avances tecnológicos planteados por novelistas de la época de Bradbury y por él mismo, nos será posible notar que en lo que refiere al ámbito de la televisión, el cine y la literatura la relación actual que la sociedad mantiene con los medios de comunicación masivos en especial con los contenidos televisivos guardan una similitud escalofriante con lo contado en Fahrenheit 451.
En esta historia podemos encontrar conductas sociales recurrentes como el uso de televisores enormes, de gran nitidez y en 3 dimensiones, estos dispositivos son presentados como pantallas panorámicas que ocupan la totalidad de un muro, ocupando incluso las 4 paredes de la sala de una vivienda, de hecho, se le da tanta importancia como en nuestro tiempo dado que parte del statu quo de un grupo o familia lo define la cantidad y tamaño de pantallas con las que cuenta una casa.
De la misma forma se hace mención de un radio de concha, un dispositivo inalámbrico que conecta a todos con la información de todos los que posean y usen una, por este medio y a través de alto parlantes ubicados en puntos estratégicos se bombardea a los habitantes de las ciudades con publicidad y comerciales para alentar el consumo.
Estas situaciones guardan un paralelismo enorme con las tendencias actuales de la sociedad en la que poseer aparatos de televisión cada vez más grandes y a estar cada vez más conectados todo el tiempo mediante la red se han convertido en motivo de preocupación.
En su novela Bradbury presenta a los bomberos como agentes aniquiladores de libros y a la televisión como el medio de la población para olvidarse de todo, por suerte aún no hemos llegado al punto en que los bomberos de nuestras ciudades cambien la labor de su oficio, pero, Internet y los contenidos televisivos a los que estamos expuestos logran un efecto similar al de los bomberos y las televisiones murales de la obra citada; relegar a la literatura y la lectura hasta un punto en que son vulnerables y sub-valoradas.
Así pues, Ray Douglas Bradbury hace una declaración que a su vez es una dura sentencia del porvenir:
Y agrego; evitemos este futuro que ya ha comenzado a prefigurarse al procurar leer, pensar y escribir.
"Tomás Hernández Dguez"
Hace poco menos de un mes, mientras buscaba en un mercado de pulgas, me encontré con un librito del mencionado autor; Fahrenheit 451.
La sensación de no encajar en una sociedad que se percibe como un conjunto de normas e individuos “insufribles” es una constante de esta historia en la que su protagonista: Guy Montag trabaja para el cuerpo de bomberos en una metrópoli norteamericana. Todo podría parecer normal hasta aquí, la genial extrañeza del autor radica en el siguiente hecho; contrario a la natural costumbre que tenemos de concebir a los bomberos como combatientes de los incendios Bradbury coloca a los cuerpos de bomberos como encargados (por orden del estado) de provocar incendios para arrasar las viviendas en las que todavía se encuentran algunos de los pocos libros que han sobrevivido después de que muchos años antes el gobierno los prohibiera y declarara un crimen con carácter de traición a la patria el poseerlos.
Así pues Guy Montag y sus conciudadanos viven en un país en el que está prohibido leer, por lo tanto, la libertad, el razonamiento, la crítica y las ideas se suprimen para dar paso a una sociedad consumista, metalizada y adormecida por los medios de comunicación y el abuso de los somníferos.
Resulta complejo aseverar si en la actualidad Ray Bradbury se sorprendería al ver que solo 2 generaciones después de la publicación de este libro muchas de las ficciones de su obra son un hecho real, tangible y cotidiano, pero la ciencia ficción es así, en general tiene la fea costumbre de convertirse en realidad.
Si revisamos detenidamente los avances tecnológicos planteados por novelistas de la época de Bradbury y por él mismo, nos será posible notar que en lo que refiere al ámbito de la televisión, el cine y la literatura la relación actual que la sociedad mantiene con los medios de comunicación masivos en especial con los contenidos televisivos guardan una similitud escalofriante con lo contado en Fahrenheit 451.
En esta historia podemos encontrar conductas sociales recurrentes como el uso de televisores enormes, de gran nitidez y en 3 dimensiones, estos dispositivos son presentados como pantallas panorámicas que ocupan la totalidad de un muro, ocupando incluso las 4 paredes de la sala de una vivienda, de hecho, se le da tanta importancia como en nuestro tiempo dado que parte del statu quo de un grupo o familia lo define la cantidad y tamaño de pantallas con las que cuenta una casa.
De la misma forma se hace mención de un radio de concha, un dispositivo inalámbrico que conecta a todos con la información de todos los que posean y usen una, por este medio y a través de alto parlantes ubicados en puntos estratégicos se bombardea a los habitantes de las ciudades con publicidad y comerciales para alentar el consumo.
En su novela Bradbury presenta a los bomberos como agentes aniquiladores de libros y a la televisión como el medio de la población para olvidarse de todo, por suerte aún no hemos llegado al punto en que los bomberos de nuestras ciudades cambien la labor de su oficio, pero, Internet y los contenidos televisivos a los que estamos expuestos logran un efecto similar al de los bomberos y las televisiones murales de la obra citada; relegar a la literatura y la lectura hasta un punto en que son vulnerables y sub-valoradas.
Así pues, Ray Douglas Bradbury hace una declaración que a su vez es una dura sentencia del porvenir:
“Trabajo para evitar un futuro sin educación”
Y agrego; evitemos este futuro que ya ha comenzado a prefigurarse al procurar leer, pensar y escribir.
"Tomás Hernández Dguez"
Comentarios
Publicar un comentario